martes, 20 de enero de 2009

Hoy voy a tomar prestada una vivencia de Xavier Daura, al que ya muchos conocen como Sava por las dejadas y los reveses cortados que gasta en el juego de la vida.

Xavier me explicó una anécdota acaecida estas navidades durante una reunión familiar en el domicilio de uno de los integrantes de su familia, una familia muy ramificada, trabada, en la que los extremos más finos, los últimos brotes, apenas se siguen la pista entre sí y el pobre Xavier a duras penas registra la proliferación de retoños de última generación. El asunto es que uno de estos niños semibebés que ya andan y discurren perfectamente pero aún conservan actitudes brutalistas para con el alimento y las babas se hallaba emplazado en el pasillo del inmueble, más bien apostado, pues su plan consistía en tender una especie de emboscada a las personas que por allí pasaban consistente en acercarse a ellas con la cabeza gacha, muy ensimismado, sosteniendo el puño en alto desde el inicio de la maniobra hasta acertarles de pleno en la zona genital provocándoles ese espasmo defensivo tan característico en ese tipo de canalladas. Según Xavier, todos los que transitaron el pasillo se llevaron al menos un golpe, pero lo que no mencionó por hallarlo obvio, es que el niño no atacó a las mujeres, evidentemente sólo encontró sentido en golpear los sacos de los señores de la familia. En este punto intervengo en el relato de Xavier para introducir una propuesta:


Golpear el aparato reproductor femenino, pero no uno al azar sino el más comprometedor, el más embarazoso, el de una señora madura aunque moderna, muy pedagógica, de las que, o no se tiñen las canas, o se las tiñen de lila; lucen gafas y pendientes de colores estridentes en combinación con prendas sobrias y elegantes; profesoras, trabajadoras sociales, ciudadanas sensatas curtidas en la vida. Ir a golpearles la vulva en un pasillo como broma navideña, ¿qué clase de animal haría algo así?, no hablemos ya de las ancianas en general, ¿cómo plantear un espasmo defensivo en esas etapas de la vida?, ¿Cómo puede un niño encontrar interesante golpear de esa manera un órgano intracorporal?, ese pensamiento de la patata, no, no puedo seguir desarrollando una barbaridad como ésta, ya tenéis todas las coordenadas del desastre, no es necesario proseguir. Bueno, quizás una última puntualización: Cuidado con los ancianos y los escalones en vértice de las panaderías-café, esos salientes actúan como el judoka más avezado y pueden desequilibrar del modo más tonto un cuerpo débil, basta que se encuentren ligeramente ceñidos a la parte externa del pie del anciano y que éste no los note ahí para que luego, al girar suavemente sobre su eje para encaminarse a la puerta, caiga como un chopo. Una de esas caídas severas en las que alguien grita pero nunca es el que efectivamente cae*.


*Aunque la torta del escalón no pertenecería a ese género, creo que es buen momento para introducir el concepto de Tortas Integrales, inspirado en las tortitas de arroz, resbalones en que ambos pies se levantan del suelo y el cuerpo es subyugado por la inercia de la caída, hostias como dios manda, enteras, acabadas, completamente desarrolladas.

sábado, 17 de enero de 2009

Aquí seguimos todos empujando este barco llamado El Blog de Miguel Noguera, un barco que ya zarpó pero al que hay que empujar permanentemente. Un barco surrealista lleno de ideas (si empujamos, empujamos en serio), un barco de madera que se llama Montserrat.
Hoy voy a hacer algo muy socorrido pero que aún así requiere tener la cabeza fría y el pulso caliente, ¡adelante con las propuestas de hoy!

La expresión “ardo en deseos de estrecharle la mano”, una persona deseosa de reducir el ancho total de la mano de otra. No estamos hablando del clásico apretón de manos, estamos hablando de cirugía para estrechar la mano de alguien de un modo más o menos elegante extrayendo finas rebanadas longitudinales de carne de por entre los huesos y cartílagos, pequeñas cuñas exactas como virutas de zanahoria a fin de mantener intacta la forma general de la mano. ¿Cómo se puede arder en deseos de hacer algo tan absurdo y a la vez tan concreto?


La expresión “está más seco que el ojo de la Inés”, que un ojo, precisamente, se convierta en paradigma de sequedad. No quiero ni imaginarme esa piedra calcárea inserta en la órbita de la tal Inés. Menudo objeto ese ojo seco, un guijarro de yeso con manchas como de lápiz donde antaño estuvieran la pupíla y el iris... ¡Basta!, y ¡ella!, ¿qué clase de vida es esa?, no saber si arrancarse ese taquito tambaleante de una vez por todas, como quien se quita una espinilla revenida, o bien conservarlo en su lugar por dignidad, porque al fin y al cabo sigue siendo su ojo. Pobre chica medieval.

Ya he terminado, cierro mi cuaderno de bitácora por hoy, voy a bajar al camarote. Mi barco prosigue su singladura solitaria en un mar de dudas y temores. Mi pequeño Noguishe bergantín. Si empujamos, empujamos en serio.

viernes, 9 de enero de 2009

Hola, buenas noches, hace unos días vengo diciéndome a mí mismo que sería maravilloso publicar entradas con una frecuencia casi diaria, en un lenguaje fluido, hablando desde uno mismo pero al mismo tiempo pudiendo variar el registro, ya sabéis, algo suelto pero rico. Me viene a la cabeza la expresión abrir juego, una expresión un tanto embarazosa, como de tipo listo salido de Ocean's Eleven. Ahora que lo pienso, abrir juego se lo oí decir a un terapeuta familiar mientras se pasaba la lengua por, bueno, la parte interna del carrillo, es decir, se pasaba la lengua por dentro de la boca pero apretando el reverso del carrillo, supongo que se me entiende, ¿no?, parece mentira, una zona tan presente y no sé como se llama; es la zona sobre la que presionas con el chupa-chups cuando se forma un volumen esférico en el carrillo, la palabra carrillo se refiere a toda esa carne pero creo que no hay una palabra común para designar sólo la superficie interna, bueno, da igual, el terapeuta decía las palabras abrir juego mientras hacía eso con la lengua y miraba a su auditorio con ojos sugerentes, evidentemente, con los ojos sugería el mundo de posibilidades que surgía al abrir juego.

Lo anterior no es más que una introducción a la propuesta de hoy, la idea de un joven que decide ir a visitar a un matrimonio maduro, sus tíos o algo así, y para ello ha de viajar a la ciudad donde ellos viven; como no quiere molestarles rechaza hospedarse en su casa e incluso no quiere que vayan a buscarle a la estación, les dice que cuando se haya instalado en un hotel les llamará para quedar con ellos en algún lugar. Cuando el chico llama y les pregunta dónde quieren que sea el encuentro, el matrimonio maduro le da una indicación estremecedora: “Entra en cualquier sitio de la ciudad y allí te estaremos esperando”. ¡La idea de que el chico entre repentinamente en un establecimiento escogido al azar y encuentre allí al matrimonio!. Qué escalofriante, ¿no? menudos fieras, también, los del matrimonio. Que el chico les pregunte por sus métodos y ellos respondan con una carcajada de padre enigmático.

La idea anterior está vinculada de algún modo a una escena imaginaria que se me ocurrió antes de una sesión de terapia psicológica. Antes de empezar la sesión la terapeuta me dejaba un rato solo en la consulta y en un momento dado ella entraba, se sentaba, y empezaba la sesión. La escena que visualicé consistía en una especie de personaje a lo Matrix, un tipo encargado de sacarme la venda de los ojos, que me zarandeaba y me gritaba “¡¡¿Pero no te das cuenta de que cada vez, justo cuando empiezas a pensar si la estanteria es o no es de Ikea, la terapeuta entra en la sala?!!”. Como si entre mis pensamientos previos a cada sesión, el pensamiento concreto de si la estantería es o no es un mueble de Ikea fuera siempre unido al hecho físico de la entrada de la terapeuta en la sala y eso demostrase que mi continuo de pensamiento y los sucesos de mi entorno estuvieran relacionados entre sí de forma programática siendo en consecuencia ambas cosas, los pensamientos y los hechos, un montaje urdido por una entidad externa y maligna para evitar que yo viera o entendiera algo crucial, etc.

Bueno, hasta aquí el afiche de hoy... ¿qué os parece que los llame afiches? No.

sábado, 3 de enero de 2009


Hoy quiero mostrar una visión que me ha sobrevenido mientras estudiaba para el examen del permiso de conducción: Un ciclomotor con las luces apagadas arrastrando un pequeño remolque de noche en una carretera oscura. En el remolque viaja de pie una persona adulta en equilibrio precario. La idea de la cuerda se ha añadido posteriormente y no está claro si es un elemento útil o, al contrario, compromete también el equilibrio del motociclista; en cualquier caso se trata de un apaño propio de ancianos cutres pero cuidadosos. Es una escena singular, muy fina, no quiero imaginar al policía que los detenga, a esos dos señores avanzando en la oscuridad de un modo clamorosamente antirreglamentario pero a la vez tan bello y tan insólito. ¡Y qué me decís de la fragilidad del conjunto! ¡Olvidemos las normas en el caso de estos dos señores! ¡El Universo no permitirá que sufran ningún daño! ¡Por el Amor de Dios, que nadie los detenga!